
Mañana la Iglesia española estará de fiesta. Recordará su fidelidad a Cristo en los momentos más críticos de su historia. Recordará que merece la pena llegar a dar todo por nuestro Señor, incluída la vida, antes que renegar de Él. Pues bien, lo que debería ser motivo de gozo para todo el que lleve el nombre de cristiano y el apellido de católico, es motivo de amargura, de crítica y de ácido rencor para ese sector eclesial que hace tiempo que juega una partida que, a pesar de sus pretensiones, no tiene nada que ver ni con los pobres, ni con los desheredados, ni con el pueblo de Dios, ni con nada de nada.
Los Enrique de Castro, Hilari Raguer,
Quintín González, comunidades de base, atrios y demás farándula son antes siervos de la izquierda política que de Cristo y su Iglesia. Odian a Franco no porque fuera un dictador que nos gobernó durante casi cuarenta años,sino porque fue él quien impidió que España cayera en manos de sus hermanos de sangre espirituales y políticos. Estos que exigen hoy a la Iglesia que pida perdón por la represión franquista son los que quieren negar la condición de mártires a los que en verdad lo son. Son los que no son capaces de exigir a la izquierda mundial que pida perdón por los más de cien millones de muertos que produjo en el siglo XX. Son los que se abrazan como perros falderos a los pies de Castro, los que han prostituido el evangelio con una teología de la liberación que estaba, y está, al servicio de la antigua komitern y el actual movimiento de antiglobalización, bajo el que se ampara todos los grupúsculos anti-sistemas habidos y por haber.
Estos que reniegan de la Iglesia que sobrevivió a la persecución más grande habida en la historia del cristianismo en este país, son una pieza clave en el mundillo político-cultural radical-izquierdista que encabeza Zapatero en su intento por erradicar el cristianismo del alma de una España que odian. Digo que la odian porque en verdad es así. Saben que el nombre de España no puede ser separado de la Cruz de Cristo, no puede ser separado de su condición de tierra de María, no puede ser separado de su alma católica. Y como ellos odian a Cristo, a su Madre y a su Iglesia, entonces odian a España.
Estas flores del mal a las que neciamente se permite seguir envenenado el aire del campo de la Iglesia harán todo el daño que puedan, pero no nos van a robar aquello que Dios nos ha regalado. No nos van a impedir disfrutar de esa fiesta de la fe que llevará a los altares y a nuestros corazones a cada uno de esos hombres y mujeres que derramaron su sangre para que el cristianismo pueda seguir vivo hoy en nuestra patria. De su ejemplo, de su coraje y de su testimonio de gracia y perdón sacaremos fuerzas para enfrentarnos a los que hoy, con una estrategia diferente, quieren lograr el mismo objetivo que buscaban los que les asesinaron. No pasarón entonces. No pasarán ahora.
Luis Fernando Pérez Bustamante.